No sé ni cuántas veces me ha estallado en la cabeza la frase
de… “pero quién me manda a mí con lo bien que estaba yo en mi casa?” Y si no lo
contase tal cual lo siento te estaría mintiendo. Hay cosas que me superan, pero
creo que precisamente esa sensación de que “me superan” es la que me mueve a
hacer muchas de las cosas que hago en mi vida.
La gente con la que vivimos aquí en Mbalmayo quiso que
conociésemos algo más de su hermoso (hermosísimo la verdad, me ha sorprendido
una barbaridad) país y quiso llevarnos de fin de semana a la playa. La idea,
después de algún que otro cambio inicial, era salir el viernes por la mañana
temprano y regresar el sábado por la noche después de conocer Douala, la otra
capital a parte de Yaoundé, y Limbé, una pequeña ciudad costera. Del punto de
partida al de destino hay unos doscientos kilómetros. Eso en casa no es mucho,
en una hora y media, a lo sumo dos, lo tienes resuelto… Doce horas tardamos en
hacer el trayecto de ida! Doce!!! Fue de locos, primero un mototaxi de casa a
la estación de Mbalmayo, allí una navette (furgoneta de quince plazas) hasta la
estación de Yaoundé, una horita y media o así y allí la guagua regular hasta
Douala que tardaba unas cuatro horas. Una vez en Douala paramos para comprar
algo de comer y otra vez a negociar una navette o un taxi que nos llevase a
Limbé, a dos horas de allí. El trayecto en sí durísimo; carreteras, transportes,
todo muy incómodo, muy poco cuidado una cosa y la otra y se hace muy largo,
pero lo peor los tiempos muertos de espera. Porque el africano para tomar una
decisión tan simple como la de coger un
coche u otro la tiene que consensuar y discutir, literalmente, y entonces como
rara vez llegan a un acuerdo a la primera vuelta a empezar de nuevo la negociación. Y
algo que en casa te supone dos minutos y medio aquí te supone tres horas. Y no
es una forma de hablar. Lo peor del día ocurrió cuando ya reventados como un
triquitraque subidos en el último (perdón, penúltimo) coche que nos llevaba a
Limbé tuvimos que cruzar un peaje abarrotado de policías (con metralletas
incluídas) y nos paran. Esa ecuación aquí no falla; coche lleno de blancos=
dinero seguro. Y las cosas son como son, no es ni bueno ni malo. Es así. La
mayoría de los africanos asocian al blanco con dinero. Es un prejuicio como otro
cualquiera, a ver si nos vamos a creer que los negros no tienen prejuicios!!!
Total, que después de una hora y media parados en la cuneta negociando o yo qué
sé qué pudimos continuar. Llegamos a Limbé y llovía sin parar, la humedad es la
más increíble y pesada que he conocido nunca. Aquello parecía Edimburgo en
África. Frío, lluvia sin fin, humedad… Resulta que nos prestaron una casa para
ir a cenar algo que Roland había preparado; un poco de pasta y pescado y a
peregrinar bajo la lluvia en busca del hotel en el que nos quedábamos. Y lo
encontramos… Madredelamorhermoso! Yo he visto cosas diferentes, me he quedado
en lugares en mis episodios africanos en los que a más de uno le daría un pasmo
(a mí misma me lo ha dado alguna vez) pues esto era aún peor. Tarantino hubiese
elegido ese “hotel” como uno de sus escenarios sin dudarlo… No había agua
corriente, no había sábanas, no había nada más, la humedad te abrazaba al
entrar y te daba una cosica tremenda poner los pies sobre aquel suelo que tenía
vestigios yo no sé ni de qué!
Total, que una se tumba sobre aquella cama e intenta cerrar
los ojos, abstraerse de todo y descansar, porque es lo único que el cuerpo te
pide. Descanso. Descanso de cuerpo y de mente. Por supuesto la naturaleza en
sabia y en ese mismo instante te trae a la cabeza todas las cosas de tu vida
que son justo lo contrario a eso que vives. Y recordé mi casa, mi habitación
que es más bonita que nada, mi camita mullida y con olor a limpito, recordé mi
baño con las conversaciones a medias mientras me maquillo y él se afeita,
recuerdo mis toallas suavecitas y por extensión empiezo a recordar todos y cada uno
de los rincones de mi casa, tan bonita, tan alegre, tan confortable y como no,
las voces de los enanos al fondo riéndose o peleándose. Y en ese momento,
entonces, lejos de derrumbarte por el cansancio y por no ser capaz de asimilar
algo tan diferente a lo que te rodea, entonces sólo puedes dar las gracias por
tener la oportunidad de vivir cosas tan antagónicas en una misma vida, de poder
medir tus reacciones en lugares y en entornos tan diversos y ver que no pasa
nada, que sigues siendo tú… hasta que el
cansancio te vence por fin. Al día siguiente más de lo mismo, lluvia, humedad,
la playa la vimos de lejos con un mar revuelto y furioso que se dejaba ver con
el rabillo del ojo y entonces, después de una comida que, eso sí, fue gloriosa
más por la compañía y el ambiente de los que estábamos que por lo que comíamos, vuelta a empezar. Un taxi, otro taxi, una guagua grande, otra pequeña… Y por
fin llegamos a casa casi a las dos de la mañana.
Qué sensación de alegría, o más que de alegría de confort,
de seguridad, da llegar a tu sitio. Aunque sea un sitio creado por ti hace un
par de semanas. Cuando entré en mi habitación no me echó pa tras ni el olor a
tuberías, ni el olor a cerrado, ni las arañas de la pared, ni la cama dura…
Nada se me hacía extraño. Todo lo contrario. Estaba en casa. Y fui feliz.
Esta mañana una de las chicas me decía algo así como “menudo
viaje! Y además no nos sirvió para nada!” Yo creo que ella no lo sabe aún,
pero cambiará de opinión. Estas son las cosas que te hacen pensar mucho mucho,
pero cuando ya pasaron. En el momento el agotamiento y hasta el mal humor te
pueden, pero cuando vuelves a sentirte seguro y protegido en casa, en tu sitio,
con los tuyos, tu mirada se lanza a alejarse un poco más, a coger aire y a
echar una visión amplia y sin condiciones sobre lo que viviste una vez. Y
entonces vas y te das cuenta de que eres capaz de mucho más de lo que pensabas.
Simplemente porque lo hiciste. Y porque eres capaz de mirar atrás ahora y
sonreír al recordarlo.
Nos queda poco más de una semana aquí. El tiempo pasa muy
muy rápido. Nos queda trabajo por terminar pero sobre todo nos quedan cosas por
aprender. Debo reconocer que este viaje, del que ya intuía desde el principio
que me iba a dar una visión nueva de muchas cosas, lo está consiguiendo con
creces. Sobre todo me está enseñando un país realmente sorprendente en un
montón de sentidos y también (y he de reconocer que con esto estoy
requetecontenta!) enseñándome una faceta del africano que no había llegado a
conocer tan a fondo, quizás porque todos mis viajes antes siempre se habían
desarrollado en entornos más europeos, más españolizados, incluso, pero
convivir con unos quince africanos a diario durante tantos días, ver la vida a
través de sus ojos, compartir me guste más o menos sus costumbres… todo eso te
da un criterio diferente, más rico por supuesto, y no siempre optimista o
positivo; porque ya sabes bien, tú que me conoces, que detesto tanto la
discriminación positiva como la negativa, que siempre creo que no conozco bien
a una persona hasta que no le descubro algo que no me gusta del todo pero no
por eso deja de gustarme. Creo que te lo contaré con tranquilidad en la
siguiente entrada. Lo que me gusta y lo que no me gusta. Eso sí, es inevitable
que a todo le saque un aprendizaje porque si no es vivir en balde. Estoy feliz.
Plena. Estar aquí ahora me está devolviendo la conciencia que durante el
correcorre del resto del año pierdo, sobretodo, de quién soy, de qué quiero, de
qué no quiero y de todo lo aquello que amo o detesto. Feliz. Indiscutiblemente.
Aunque no veo la hora de abrazarte a ti. De abrazarlos a ellos. Pero feliz!
Menuda aventura...felicidades por todas esas experiencias...wau!!....cuídense mucho....y no se retrasen ;)
ResponderEliminarQue la vida es bella no lo he dudado nunca, pero he de reconocer que de toda la gente que conozco sólo unos cuantos (quizás más de los que pueda contar con los dedos de las manos) son capaces de ver que realmente es así.
ResponderEliminarLa mayor parte de nosotros vivimos en un día a día infernal que no nos da opción a apreciar la infinidad de cosas que hay a nuestro alrededor por las que valdría la pena parar este tiovivo y saborearlas..... Pero creo que es más feliz aquel que sabe hacer ese stop,que sabe saborerar con todos y cada uno de los los sentidos las mil y una cosas cotidianas o no que nos rodean..... Y a eso como a muchas otras cosas tu me enseñas día a día, gracias por esa felicidad compartida.
Si, la vida es bella, sin lugar a dudas. Pero estoy de acuerdo contigo en que de vez en cuando es necesario salir de la "protección"del hogar y enfrentarse a otros mundos, a otras culturas, a otras cosas nada habituales para valorar todo lo que tenemos. Experiencias siempre enriquecedoras aunque a veces tengamos aventuras de este tipo. No podemos olvidar que algunos paises y sus gentes nunca podrán disfrutar de todo lo que nosotros tenemos y por eso son más importantes estas experiencias. Al regresar a casa, aquel que no se haya dado cuenta aún, verá lo que deja atrás y lo que tiene por delante y será entonces, solo entonces, cuando empezara a valorar lo que tiene y agradecer por todo ello. Qué dificil es adaptarse a esas costumbres y convivir con ellas aunque para nosotros sean retrógradas, pero sólo aceptando se aprende.
ResponderEliminarEspero que los dias que quedan sean aún más especiales y regreseis a casa, BIEN!! física, emocional y espiritualmente. Gracias por compartir estas experiencias. Un beso
El domingo escribí un comentario como cada vez que publicas, pero algún misterioso duende informático o mi dedo brincó en la tecla que no era y el comentario se perdió en el caos de moto-taxis, furgonetas y guaguas y todavía debe estar esperando quién lo traiga para este Blog.
ResponderEliminarNo recuerdo lo que escribí y si lo recordara es lluvia pasada, que bueno es regresar a casa esa casa con tu cama, tus sábanas, tu cubo, tu pote de mantequilla y tu internet compartido, Home sweet home!!!