El otro día pensé que nada de lo
que vivo a diario, allá o aquí, nada de lo que experimento, ninguna de las mil
cosas que reflexiono al día, ninguno de los errores que cometo también cada día
y ninguna de las satisfacciones que recibo al comprobar que rectifico, nada,
ninguna de esas cosas tiene el más mínimo sentido si, además de aprenderlas,
interiorizarlas y ponerlas en práctica no os las dejo como legado. Vosotros
tres sois el futuro, el trocito de futuro donde se perpetuarán, sobre todo, las
enseñanzas que hayáis recibido de mí, de vuestro padre, de tu madre y de tu
padre. Así es que decidí, no sé bien si con cordura o con locura, que este era
el momento de escribiros esta carta.
Mis queridos… Es curioso.
Directamente he escrito “mis queridos hijos” y después de un rato dando vueltas
a qué otra cosa poner no encuentro palabra alguna que pueda sustituir esa para
dirigirme a los tres. Sin ánimo de ocupar ningún otro lugar que no me
corresponda, que no sea el mío, que no sea el de ser quien soy y el de quereros
como os quiero. Así pues y sabiendo, porque me conocéis muy bien los tres,
sabiendo que entendéis qué quiero decir, vuelvo a empezar.
Mis queridos hijos. Es fácil
escribir algo a tres personas que ya, a pesar de no tener más que un pequeño
puñado de años, son grandísimas personas. Es muy fácil contar una experiencia o
transmitir un aprendizaje a quienes sabes perfectamente que lo van a recibir y,
más tarde o más temprano, poner en práctica. Con los matices que cada uno de
ustedes a través de su propia personalidad le irá añadiendo y, con lo cual,
enriqueciendo. Ya sabéis que no concibo la vida sin un aprendizaje de cada cosa
que ocurra, bien sea en el momento, bien sea a la larga. Ya sabéis que intento
mirar a través del optimismo hasta en los momentos más duros, porque incluso
tras el dolor hay siempre algo que poder aprovechar, algo que te hará seguro
más fuerte, más seguro, más transigente, más grande… Sabéis también que llevo
tiempo dedicando parte del mío a otros que quizás lo necesiten de alguna
manera. No tengo dinero suficiente para construir plantas de agua potable en
África, pero sí dos manos que por ahora funcionan para ayudar a cavar uno. No
tengo la riqueza necesaria para construir aquí las escuelas que me gustaría,
pero sí la palabra y las ganas para ayudar a reforzar el aprendizaje de la
lectura o los brazos para levantar estanterías y cargar y catalogar montañas de
libros. Durante mucho tiempo he disfrutado de la sensación de bienestar que te
da el hecho de trabajar a cambio de un apretón de manos, del pellizco de orgullo
e incluso de paz que te deja el estar en un sitio porque quieres y porque
puedes estar sin necesidad de esperar nada a cambio de ese tiempo y de esa
disponibilidad.
Alguna vez me habéis oído decir
que África te cambia. Te cambia la mirada y la escucha, te cambia hasta el
latido del corazón. Pero hace pocos días he caído en que no es África sola.
Realmente da igual dónde y cuándo, da igual que sea aquí, o en la India, o en Sudamérica,
o en el barrio de al lado de casa. Lo realmente importante es que estéis
dispuestos a dejaros imbuir de lo nuevo, de lo distinto, de lo que te hace
alejarte de lo cotidiano, porque es la forma de ponerte a prueba, de mirar tu
vida de lejos y, entonces, valorarla hasta el infinito. Este viaje a Camerún ha
resultado diferente a los demás. En verdad cada uno resulta diferente, pero en
el fondo más o menos todos los anteriores han dejado en mí un pozo similar.
Este no.
Este ha sido infinitamente más
duro que cualquier otro. En todos los sentidos. En cuanto a la forma de vivir
el día a día, sin dudarlo. Esta vez he vivido con lo más básico de lo básico,
he hecho cosas que más de una vez no me apetecía, he convivido con mucha gente
muy diferente. Ha habido momentos en los que me apetecía darme la vuelta e irme
lejos, ha habido otros en los que el egoísmo o la falta de solidaridad me ha
dado de frente en las narices, ha habido ocasiones en que la ternura se me ha enroscado a modo de abrazo
adolescente o de caricia espontánea, en la mayoría de los momentos he dado gracias
por poder estar aquí. Así… Ha habido tantos momentos. Y yo desearía que ustedes
buscasen sus momentos, que decidan algún día repartir y compartir aquello que
más valoréis (yo lo he hecho con mi tiempo) y mirar de forma serena qué ocurre.
Probablemente no lo valoréis del todo en el momento en el que esté ocurriendo.
Pero lo haréis más tarde. Siempre habrá una ocasión para hacerlo. Desearía
también que convivieseis con la amabilidad. Hacia vosotros y hacia los demás.
Muchas veces tendemos a ser groseros, a ser poco amables, maleducados incluso,
porque hemos tenido un mal día, porque nos han roto el corazón o porque se nos
ha roto el coche o la lavadora. Es normal. Pero intentad que esos momentos no
os coman. Que no sea una norma. Daos tiempo también a vosotros. Sed amables con
vosotros mismos. Permítete recapacitar ante un fallo. Pídete perdón. Y
perdónate. Haced de vuestra vida aquella en la que queréis vivir realmente.
Decid a los demás las cosas buenas que veis en ellos y no sólo aquello que
tildamos casi siempre de “crítica constructiva” No escatiméis jamás un te
quiero ni un perdóname. Y no os conforméis con una mirada sólo, ambicionad la
caricia, el abrazo y la palabra. También el beso. Valorad lo que tenéis en su
justa medida, que será aquella que vosotros, después de lo que nosotros os
hemos enseñado, queráis dar a las cosas, a los momentos y a las personas. Lo
material nos hace la vida más cómoda. Sólo eso. No tenéis que renunciar a ello,
por qué tendríais que hacerlo? Pero no le deis tampoco la importancia más
grande. Porque el día que lo material no esté porque se rompa o se pierda
probablemente se pueda sustituir si tanto lo necesitas por otro nuevo o más
moderno; pero el día que se rompa o se pierda una amistad o un amor, ese en
concreto, jamás se podrá sustituir. Vendrán otros. Y en vosotros está el
derecho de ambicionar amigos o amores que os hagan más felices y perder o
desterrar a los que os causen infelicidad o atenten contra vuestra libertad.
En fin… Sed felices. Buscad
vuestro sitio. Emplead el tiempo que necesitéis en ello. Cuando lo encontréis
sabréis que es ese. Sabréis que es vuestro. Sabréis que os estaba esperando.
Siempre os esperará vuestro sitio. Mientras tanto, mis amores, disfrutad del
camino hasta él.
* Lucía, Paula, Carlos... Siempre por y para vosotros.
Ana eres.....no tengo palabras....ya me has hecho emocionar otra vez.. cuanta sinceridad.....cuanta verdad....cuanto amor....cuanto ANA...q suerte tienen tus hijos.
ResponderEliminarPor mucho que tratemos de inculcar, educar, convencer...Los hijos, nuestros hijos serán lo que "ven", no lo que queremos que sean o lo que les decimos que deben ser... y los tuyos tienen a donde ver a donde mirar. Eso aprenderán. Eso serán. Hasta muy pronto
ResponderEliminarYo estoy pasando un momento más que delicado y leerte es un lujo para los sentidos. Siempre te lo he dicho y también les insisto a mis hijos para que escuchen tus reflexiones en clase, porque sinceramente eres única y no puedo más que sentir cariño y admiración hacia tí.
ResponderEliminarMónica